EL HOMBRE COMO PROYECTO DINÁMICO
Padre Pedro Pablo Múnera, sacerdote eudista.
A lo largo de su existencia el hombre se ha preguntado por todo, porque es el único que puede preguntar.
¿Qué es esto?
¿Para qué es esto?
¿Cómo es esto? etc.
Cada una de estas preguntas exige una respuesta y toda respuesta se convierte en una nueva pregunta y de esta manera se va tejiendo el conocimiento humano que nunca deja de explorar.
Si cada respuesta se convierte en nueva pregunta y de una respuesta a la otra aumenta en mucho la complejidad de la respuesta misma, por ende surge de allí la pregunta nueva.
El hombre no solamente se ha preguntado por lo que es externo a él.
También se ha preguntado por sí mismo:
¿Quien soy yo?
¿De donde vengo?
¿Para donde voy?
¿Por qué el bien?
¿Por qué el mal?
¿Cuál es mi esencia?
Esta es una pregunta de difícil respuesta porque el hombre apenas alcanza una respuesta parcial sobre sí mismo, dado que él se supera a sí mismo, como lo expresaba magníficamente Pascal:
¿Qué es esto?
¿Para qué es esto?
¿Cómo es esto? etc.
Cada una de estas preguntas exige una respuesta y toda respuesta se convierte en una nueva pregunta y de esta manera se va tejiendo el conocimiento humano que nunca deja de explorar.
Si cada respuesta se convierte en nueva pregunta y de una respuesta a la otra aumenta en mucho la complejidad de la respuesta misma, por ende surge de allí la pregunta nueva.
El hombre no solamente se ha preguntado por lo que es externo a él.
También se ha preguntado por sí mismo:
¿Quien soy yo?
¿De donde vengo?
¿Para donde voy?
¿Por qué el bien?
¿Por qué el mal?
¿Cuál es mi esencia?
Esta es una pregunta de difícil respuesta porque el hombre apenas alcanza una respuesta parcial sobre sí mismo, dado que él se supera a sí mismo, como lo expresaba magníficamente Pascal:
“el hombre supera infinitamente al hombre”.
El hombre no puede definirse a sí mismo, se conforma con describirse con la certeza de que cada descripción lo acerca cada vez más a sí mismo y lo desafía a sumergirse en la ilimitación de su misterio.
Intentemos una descripción que nos permita una aproximación al gran misterio del hombre.
Digamos que el hombre es un proyecto dinámico.
Proyecto hace referencia a algo en ejecución no concluido.
Es algo en perspectiva abierto hacia el futuro.
El proyecto avanza por eso decimos que es dinámico.
No se detiene nunca, avanza y avanza entre preguntas y respuestas y se sumerge en su grandeza y en su complejidad.
El hombre como proyecto dinámico esta jalonado por fuerzas contrarias siempre presentes, las cuales garantizan la libertad y lógicamente la posibilidad de decidir y elegir.
Con esto estamos haciendo referencia a las miles de posibilidades que se riñen en el interior de cada ser humano y que él acoge una u otra através de una decisión en el ejercicio de la libertad.
Esto acrecienta esa cierta dramaticidad del ser humano que se debate en la encrucijada de las posibilidades.
El hombre es un proyecto dinámico e inconcluso.
El hombre como proyecto explora y explora, avanza y avanza pero no termina, no se concluye está siempre sin terminar, siempre en camino. La muerte se presenta como una interrupción irremediable de la búsqueda.
La muerte hace que toda respuesta sea necesariamente transitoria, precaria, incompleta. De ahí que en esta búsqueda insaciable, el hombre se abre a la trascendencia como posibilidad de plenitud.
El hombre no puede definirse a sí mismo, se conforma con describirse con la certeza de que cada descripción lo acerca cada vez más a sí mismo y lo desafía a sumergirse en la ilimitación de su misterio.
Intentemos una descripción que nos permita una aproximación al gran misterio del hombre.
Digamos que el hombre es un proyecto dinámico.
Proyecto hace referencia a algo en ejecución no concluido.
Es algo en perspectiva abierto hacia el futuro.
El proyecto avanza por eso decimos que es dinámico.
No se detiene nunca, avanza y avanza entre preguntas y respuestas y se sumerge en su grandeza y en su complejidad.
El hombre como proyecto dinámico esta jalonado por fuerzas contrarias siempre presentes, las cuales garantizan la libertad y lógicamente la posibilidad de decidir y elegir.
Con esto estamos haciendo referencia a las miles de posibilidades que se riñen en el interior de cada ser humano y que él acoge una u otra através de una decisión en el ejercicio de la libertad.
Esto acrecienta esa cierta dramaticidad del ser humano que se debate en la encrucijada de las posibilidades.
El hombre es un proyecto dinámico e inconcluso.
El hombre como proyecto explora y explora, avanza y avanza pero no termina, no se concluye está siempre sin terminar, siempre en camino. La muerte se presenta como una interrupción irremediable de la búsqueda.
La muerte hace que toda respuesta sea necesariamente transitoria, precaria, incompleta. De ahí que en esta búsqueda insaciable, el hombre se abre a la trascendencia como posibilidad de plenitud.
Si el hombre no se concluye en el tiempo y en el espacio es posible entonces que pueda concluir en la trascendencia.
Así el hombre está abierto al infinito, a la eternidad.
Esta apertura a la trascendencia del hombre es sin duda, a partir de su finitud y de su precariedad, la apertura a Dios.
Es el reconocimiento que no se puede conocer a sí mismo desde sí mismo, sino desde “Alguien” que es infinitamente superior y que lo pueda contener.
En la apertura del hombre a Dios el hombre llega al conocimiento de sí mismo en El.
Así el hombre está abierto al infinito, a la eternidad.
Esta apertura a la trascendencia del hombre es sin duda, a partir de su finitud y de su precariedad, la apertura a Dios.
Es el reconocimiento que no se puede conocer a sí mismo desde sí mismo, sino desde “Alguien” que es infinitamente superior y que lo pueda contener.
En la apertura del hombre a Dios el hombre llega al conocimiento de sí mismo en El.
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