Sep 21, 2009

191 – AURELIUS AGUSTINUS

Hacia el 400 d. C. con aquel asombroso arte de una observación precisa y fino análisis psicológico hasta esta época desconocido, Aurelius Augustinus hijo de Patricio y Mónica, escribe sus confesiones en las que pinta su propia evolución de tan complicado espíritu.
Una fantasía rica ardiente y movediza en imágenes, asombrosamente poderosa, variada de matices delicados y corrientes pasionales intensas, agita en su interior una vida sentimental.
Nacido al norte de África, en Thagasta Numidia, el 13 de noviembre de 354. Sobrepasa a sus condiscípulos de estudio en su pueblo natal, Madaura y Cartago durante su juventud a la par que brota su naturaleza sensual. Lee Hortensio de Cicerón, cuyo efecto excita su interior tomando el rumbo de la filosofía de la clase que fuera, no de esta u otra escuela, sino hacia la sabiduría misma, despertando a sus diecinueve años un ansia y afán poderoso de buscar la verdad.
Lleno de aporías o problemas se pregunta:
¿Qué es la verdad y dónde buscarla para encontrarla?
En un primer periodo de su vida, con dedicación escudriñó en las Sagradas Escrituras pero se vio rechazado y se dirige al maniqueísmo, escuela dualista babilónica fundada por Mani, persa del siglo III, llegó a occidente por la ruta de la seda, escuela que parecía ofrecer la “Verdad y verdad.” "Y me decían muchas cosas de ella"
Quería saciar su sed de verdad por la vía de la razón y del conocimiento científico excluyendo la autoridad bíblica que coincidía con su actitud, al permitirle disculpar sus faltas morales ya que este movimiento niega la responsabilidad humana.
El sensualismo y materialismo maniqueos, la fantasía metafísica lumínica, le querían hacer ver en Dios una masa de luz brillante, que respondía a su imaginación indisciplinada y a su pensamiento sumido en lo sensual y lo material.
Aceptó la tesis materialista de que sólo existen cuerpos, creía que el espíritu era una masa material y extensa como un cuerpo sutil. No era capaz aún de sobrepasar las imágenes de los sentidos y la ilusión de la fantasía, por lo cual, los objetos del conocimiento debían quedar encerrados en el reino de lo sensible y del espacio, cayendo en las garras del sensualismo y del materialismo, maniqueos.
Profesor de retórica ingresó en las artes liberales, Geometría, Música, Aritmética y Astronomía.
Leía todo libro a su alcance. El estudio perseverante de la ciencia matemática lo llevó a romper con el maniqueísmo. El Libro de la Astronomía lo indujo a la convicción de que la ciencia de los astros descansa en reglas que permiten calcular el día, la hora, los eclipses de sol y de luna, concepto que lo sacó del sopor dogmático.
La crítica y la duda, dos formidables palancas del progreso habían creado un abismo con su pensamiento anterior, ahora el espíritu de la duda comenzaba a dominarle.
Todo lo que creía verdad del conocimiento se había venido abajo, el dogmatismo quedaba en su extremo opuesto del escepticismo.
Entendió que “de todos los filósofos, los más avisados son los llamados académicos, porque opinan que hay que dudar de todo, y afirman que el hombre no puede conocer con seguridad ninguna verdad
En una segunda etapa, Agustín con su anheloso y enérgico espíritu, su fuerte afán de verdad requería superar esa penosa e insoportable concepción de la duda. Viajó a Roma para fundar una escuela de retórica pasando luego a Milán. La certeza de la matemática le pareció el ideal del conocimiento “En la misma forma quería conocer todo lo demás: lo corpóreo y lo espiritual
Dos motivos ayudaron a vencer el escepticismo: el religioso y el filosófico. Desde su casa paterna había adquirido como catecúmeno católico, un fondo abundante de verdad cristiana que no pudo anular el periodo de la duda, como fuerza real creyó en la existencia de Dios, en la providencia divina, en la perduración del alma después de la muerte, en el juicio expiatorio y en el castigo de la culpa en el otro mundo.
Atraído por las predicaciones de San Ambrosio va aceptando “una fe sin pruebas” todo era fe, no como el ansiaba saber. Otro acontecimiento fundamental, fue haber trabado el conocimiento con el mundo ideológico de Platón, mediante las traducciones al latín del retórico Mario Victorino.
Ve en Plotino el eco vivo del gran filósofo y una aproximación entre la filosofía neoplatónica y el cristianismo; la teoría de Dios y en el prólogo de San Juan, el Logos, por las cuales fue creado el mundo. La filosofía platónica le descubrió un nuevo método de pensar que creyó era compatible con el cristianismo como arma para vencer el escepticismo y que los platónicos con unos pequeños cambios en las palabras y en la teoría podían volverse cristianos.
Escribió muchas obras, entre otras:
Contra académicos, Regla de San Agustín, Soliloquios, La inmortalidad del alma, La ciudad de Dios, De la Trinidad, Del libre albedrío, Libro de las diversas cuestiones, De la muerte de los maniqueos.
En un tercer período, es atraido a profundizar sobre la filosofía y las teorías cristianas, sin embargo, no ocurría lo mismo en su vida con la conducta moral. Su apasionada naturaleza centrada en la mujer debía romperse con corte profundo y doloroso.
Era otoño del 386, en circunstancias extrañas (teofanía?) cayeron sus cadenas, el rompimiento con el pasado era completo.
Retirado de la cátedra de retórica y con una enfermedad pulmonar asume un tiempo vacacional de meditación y preparación para el bautismo en el próximo año por San Ambrosio. Continúa escribiendo obras literarias y se introduce en las Sagradas Escrituras.
Es ordenado sacerdote en 391 y elevado a obispo en el 395.
Ya anciano en sus últimos tres años, vuelve su mirada sobre el camino recorrido y los cambios sucedidos en su vida y escribe “Retractaciones
Muere en Hipona el 28 de agosto de 430.

Bibliografía
Biblia de Jerusalem
Revista de Occidente Madrid: Los grandes pensadores.

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