Aug 15, 2006

2 - DAR VISIBILIDAD AL MISTERIO


Álvaro Torres Fajardo sacerdote eudista
Seminario Valmaría, octubre de 2002
Los faraones egipcios soñaron vivir eternamente.
Y preguntaron a sus sabios cómo llegarían a contar sus años sin término.
Y los sabios respondieron que si sus despojos permanecían para siempre, seguirían viviendo más allá de las fronteras de lo visible.
Y llamaron a sus constructores para pedirles que diseñaran eternas sus tumbas.
Y junto con sus matemáticos eligieron la figura geométrica de la pirámide. Era estable, desafiaba siglos, a nadie se le ocurriría que una pirámide se pueda derrumbar y perecer.
Y convocaron miles de obreros, partieron piedras, construyeron andamios y levantaron las pirámides.
Eran simplemente tumbas.
Han pasado seis mil años. Y allí están inmóviles, retando el tiempo.
¿Qué buscan estas pirámides?
Dar visibilidad al misterio. Nos dicen que más allá del tiempo el hombre vive, hundido en el corazón del Absoluto.
Y quiso Dios dar visibilidad a su misterio.
Y aconteció el tiempo, y brotaron en el espacio “el cielo y la tierra”, el infinito con sus propios misterios.
Tuvo principio ¿y tendrá fin?
Pero si no existiera, ¿qué habría?
Dios sería el desconocido fuera de él, el silencioso, el solitario en la trinidad de sus personas.
Y el espacio no sería más que el escenario del frío total, del silencio total, de la oscuridad total.
Pero Dios no sólo quiso dar visibilidad a su misterio. Lo quiso compartir. Quiso que ese universo lo conociera, lo alabara y recibiera pruebas de su amor infinito. Apareció el hombre, con un destino maravilloso, en la amistad del Omnipotente y el Eterno, llamado a la vida feliz. Para dar visibilidad a ese designio se ideó un escenario prodigioso: el Paraíso. Paz, abundancia de agua, seres vivos, frutos, todo lo que un hombre primitivo podría soñar.
El Paraíso no es más que una imagen que da visibilidad al misterio: al Dios que ama y se comunica.
Y faltaba lo máximo. Que Dios mismo viniera en persona, ingresara al tiempo y a la historia, compartiera la aventura humana y su incansable caminar.
Es la Encarnación.
Irrupción del misterio divino en la vida de los hombres. Más no se podía soñar. Nos habló Jesús palabras de Dios, nos reveló su amor paternal y su misericordia, nos abrió el camino de lo eterno, nos encaminó con él, siempre presente, en la búsqueda de ese mar sin orillas y fronteras que es Dios.
Nos dio la posibilidad de dejarnos seducir por lo divino, de encontrarlo presente en lo cotidiano de la vida, de empezar la búsqueda de Dios en nuestra experiencia humana, de avanzar interminablemente en el anhelo de ver a Dios. “Quien me ha visto, ve al Padre Dios”, dijo Jesús: es la máxima visibilidad del misterio en el discurrir del tiempo.
Pasó Jesús por el mundo, por el tiempo, y regresó al Padre.
Pero no es un ausente. Palpita en el mundo.
Su Palabra nos lo hace escuchar, sus sacramentos nos lo hacen sentir vivo junto a nosotros, el hombre, mi hermano, en quien él ha querido habitar nos lo hace encontrar.
Un día, un hombre que hizo del misterio invisible de Dios su experiencia cotidiana y sencilla, Francisco de Asís, abismado ante el amor de Dios hecho hombre, pequeño y pobre, quiso dar visibilidad al misterio y nacieron los pesebres. Allí Dios, invisible y presente, el niño, la naturaleza del mundo, un espacio de la tierra para él, unos animales, y unos adoradores.
La razón de ser de los pesebres es dar visibilidad al misterio. No es un espectáculo, no es un escenario vacío y sin alma, no es un alarde de imaginación y de arte sin sentido. El pesebre, el misterio que quiere descubrir, debe dejar presentir la presencia viva de Dios: por eso hay ángeles, voces que gritan gozosos la paz y el amor de Dios a todo hombre y mujer de la historia; debe anunciar la encarnación por eso hay un niño, real como lo niños, pero que lleva en sí la carga de lo divino; por eso allí hay pobres, porque ellos, todos los hombres y mujeres del mundo, representados por María, la madre, por José, por los pastores marginados y temidos, son la razón de esa irrupción de lo divino en un lugar desapacible; por eso hay animales y pajas y muchas otras realidades del universo, estrellas, agua, árboles, porque también hacen parte de la presencia del misterio. Que sean antiguos, que sean actuales, que el escenario al que llega Jesús represente una cultura u otra es explicable. Es el mundo donde se hace presente el misterio de Dios.
Mientras haya tiempo, mientras haya escenario para Dios y su enviado en el mundo, mientras haya hombre, y ante Dios todo hombre es un pobre, habrá pesebres que nos harán soñar que estamos sin cesar invadidos por el misterio del amor acuciante de Dios.

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