Quiero comenzar este artículo haciendo algunas advertencias. A continuación les comparto algunas reflexiones personales que he agrupado bajo el título sentido social de la Eucaristía, las cuales sin embargo, no tienen una pretensión académica ni doctrinal sino que constituyen un sencillo compartir en la fe. Por ese motivo, no encontrarán un aparato crítico y las deben situar en el nivel de la opinión. Con todo, espero que susciten la reflexión y el deseo de compenetrarse más con el misterio de la Eucaristía.
Me parece que tenemos la tendencia a reducir los sacramentos a su dimensión celebrativa puntual desconociendo su dimensión existencial, como acontecimiento salvador en la vida de la Iglesia y de cada cristiano en particular. Esto es, pensamos que el bautismo, por ejemplo, sucede solamente el día de la celebración y olvidamos que el mismo en cuanto acción salvadora de Dios está sucediendo cotidianamente, así hayan pasado muchos años después de su celebración. Lo mismo se puede decir de los demás sacramentos.
Ellos son acontecimientos salvadores que se verifican en la existencia concreta de la personas y celebran con la comunidad eclesial.
Ahora bien, como los sacramentos están íntimamente relacionados con la existencia cristiana concreta, la celebran, sostienen, acompañan y perfeccionan, ellos siempre tienen un sentido social por la sencilla razón de que la existencia cristiana, entre otras cosas, consiste en ser instrumento de la acción salvadora de Dios en el mundo y en favor del mundo.
En el caso concreto de la Eucaristía celebramos la memoria de Jesucristo, de su encarnación, ministerio histórico, muerte y resurrección gloriosa.
Si la vida toda de Jesucristo implica una postura ante la sociedad de su tiempo, una manera de relacionarse con los pobres, autoridades, discípulos, y esta postura comprende unos valores, unos criterios; entonces, la memoria de Jesucristo nos cuestiona sobre nuestra propia vida, sobre nuestra manera de ser en el mundo.
En la Eucaristía comemos todos de un mismo pan y bebemos de un mismo vino. Comer y beber.
¿Quién no se alimenta?
¿Quién no bebe?
¡Cuánta elocuencia en dos acciones tan elementales!
Se trata de dos accione básicas para mantener la vida, se trata de dos acciones básicas que comparten todos los seres humanos.
¿Es posible comer y beber, celebrar la vida y al mismo tiempo desperdiciar la vida?
Esta cena de comunión solo es posible si en la cotidianidad de nuestra existencia comulgamos con la vida de Cristo y la vida de los demás, que no son más los demás, sino los hermanos.
En la Eucaristía celebramos y vivimos actualmente la entrega y obediencia total de Jesucristo al proyecto del Padre, por el cual ofrece su vida en la cruz, y el fructificar de esa entrega en la resurrección y glorificación del Señor.
El misterio (designio, plan) que celebramos se continua y completa en nuestra vida. No podemos contemplar el misterio de la Eucaristía sin entrar en sintonía con él.
La Eucaristía conduce necesariamente, no puede ser de otro modo, a la transformación de nuestra realidad personal y a la transformación de nuestras estructuras sociales pues la memoria de Jesucristo activa nuestras opciones, la comunión nos introduce en la justicia de la fraternidad y la actualización de su sacrificio nos lleva a morir y resucitar con el Señor.
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