Aug 5, 2008

152- LAS OCHO BIENAVENTURANZAS

Habíamos mencionado en un artículo anterior sobre la región de Kurazim, donde Jesús hizo muchos milagros pero fue rechazado y cómo desde una de sus colinas con cara al Mar de Galilea, al bajar de la primera planicie cubierta de césped, apreció una enorme turba que le aguardaba procedente del interior y de las orillas del mar.
Sentados en ruedos entre las oscuras piedras volcánicas y los prados de espesas flores, toda esa gente buscaba un líder que guiara y aliviara sus necesidades sin esconder sus propios deseos ocultos en ellos, sino que, los expresara y elevara a su máxima grandeza.
Los discípulos alrededor del Maestro habían ocupado un sitio preferencial, mientras éste sobre un montículo se disponía a tomar la palabra, observando a la vez toda una panorámica de contemplación sobre sus oyentes, quienes impresionados, agudizaban su visión sobre esa mirada dulce y brillante.
De pronto brotaron sus paradójicas palabras de sus labios como de una fuente con las más dulces y más elevadas voces, que nadie antes hubiese pronunciado ni nadie hubiese escuchado o soñado.
Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, Bienaventurados los que sufren, Bienaventurados los que padecen hambre de justicia, los misericordiosos, los puros, los pacíficos y los perseguidos.
Bienaventurados” fue la palabra que voló hacia la muchedumbre, ocho veces impactando en aquellos seres a quienes se les devolvía el derecho a la alegría total y suprema. Aquella imposible felicidad bienaventurada, volvería a ser posible.
Era el deseo paradisiaco de la humanidad, vencido, cansado y burlado a través del camino histórico de los pueblos por la injusticia social.
¿Se podría a través de Jesús retornar al paraíso?
Las ocho bienaventuranzas habían rozado el suelo de la humanidad con el soplo del Padre (Ruah) reencontrado largamente por el Hijo, de quien tiene en él todas sus complacencias pero la tierra ha sido arrasada, y abonada con lágrimas y sangre.
Los ocho mensajes habían quedado muy claros para las mentes, pero era necesario diferenciar entre la dicha perdurable y el placer apresurado del hombre que nace de la satisfacción inmediata, para perderse enseguida.
La dicha verdadera es la conciencia del tesoro ilimitado, oculto en el fondo de una vida útil dirigida siempre hacia Dios.
La desdicha es la única certeza de haberse desviado del Plan de Dios, la visión de la ruta perdida.
A pesar de ser el hombre dueño de vastos conocimientos, si el juicio falla, el afán de placer destruye la apariencia de la dicha y la vida ya no tiene sentido, por la amargura de la voluptuosidad, de los pecados diarios sin gozo alguno, como viejos molinos que giran hasta la muerte o azotados por la indigencia en plena fortuna.
Estos ricos, verdaderos pobres vergonzosos, adormecen su desnudez con banquetes o tesoros.
Los pobres de espíritu” aquellos que no cesan de dominar en sí mismos la sed de gozar o de poseer bienes, no conservan nada y tienden sus manos vacías con frente resignada. Bienaventurados los pobres, pero habría que preguntarse, si las virtudes de la pobreza no mueren cuando ésta se transforma en miseria. La pobreza tiene alma y cuerpo.

Existe “la vida dura” de los económicamente débiles, esos pequeños asalariados, quienes sufren la inseguridad cotidiana o quienes tienen una vivienda insuficiente, vida que nadie desea abrazar.
Sin embargo, a veces se esconde la pobreza en la envidia, más en esta pobreza material, puede haber una desgarradora y bendita preferencia, una paz dolorosa y hasta un alma tan serena y despegada, que verá a Dios cara a cara después de la muerte.
La pureza” como acompañante de la pobreza, pertenece con toda su felicidad a quienes se despojan de los placeres inútiles y recobran la simplicidad del paraíso terrenal, distinguen el bien del mal y su alma se hace transparente a Dios que lo siente muy cerca. Su alegría les admira así mismos. Dichosos los Jobs que bendicen a Dios a pesar de sus infortunios o los Franciscos de Asís, que pregonan su júbilo a los pájaros y al agua que canta en las fuentes y en los manantiales.
Jamás alguien había proclamado dichosos a los desgraciados “los que lloran” escondiendo su pena y llevándola como una cruz… ¡Qué secreto de felicidad!
Dichosos “los mansos” de hombros caídos, mártires como corderitos silenciosos al sacrificio, dichosos los que mandan con el corazón que con la voz.
Los “perseguidos por la justicia” son bienaventurados y son quienes ejercen el sutil arte cristiano al poner de acuerdo la religión y el dinero. También quienes asumen el sacrificio por su fe y por su justicia, al agradar a los hombres y satisfacer a Dios.
Bienaventurados “los pacíficos” que con mansedumbre siembran la paz entre los hombres, como Jesús al entrar en Jerusalem.
Bienaventurados “los misericordiosos” con los pecadores pues tendrán la misericordia de Dios.
¿Podrá entenderse todo esto?
¿Podrá practicarse?
Para estos tiempos de violencia, respecto del expansionismo de los territorios, la industria del petróleo, la ciencia de la física y la química y la alta tecnología, no existe otra felicidad que ésta referida paradoja ya realizada.
Hombres y pueblos no habrán de hacer más que hojear un día su vida, para comprenderla mejor y encontrar su camino.
Bibliografía
Biblia de Jerusalem
Alzin Josse: Jesús de Nazareth
Rodríguez Garcés Carlos A: 147 - Ay de ti Kurazim

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