Moribundo bien mío, el mar interminable de tus penas, el fuego que te
consume, y más que todo el Querer Supremo del Padre que quiere que Tú mueras,
no nos permiten esperar que puedas continuar viviendo. Y yo, ¿cómo podré vivir
sin Ti? Ya te faltan las fuerzas, tus ojos se velan, tu rostro se transforma y
se cubre de una palidez mortal, la boca está entreabierta, el respiro afanoso e
intermitente, tanto, que ya no hay esperanza de que te puedas reanimar. Al fuego
que te quema lo sustituye un hielo y un sudor frío que te baña la frente, los
músculos, y los nervios se contraen siempre más por la acerbidad de los dolores
y por las perforaciones de los clavos; las llagas se abren más y yo tiemblo, me
siento morir. Te miro, oh mi bien, y veo descender de tus ojos las últimas
lágrimas, mensajeras de la cercana muerte, mientras que fatigosamente haces oír
aún otra palabra:
“¡Todo está consumado!”
Oh mi Jesús, ya lo has agotado todo, ya no te queda nada más, el amor ha llegado
a su término. Y yo, ¿me he consumido todo por tu amor? ¿Qué agradecimiento no
deberé yo darte, cuál no tendrá que ser mi gratitud hacia Ti? Oh mi Jesús,
quiero reparar por todos, reparar por las faltas de correspondencia a tu amor,
y consolarte por las afrentas que recibes de las criaturas mientras te estás
consumiendo de amor sobre la cruz.
Con
firme voz anunció Jesús, aunque ensangrentado, que del hombre y del pecado la
redención consumó. Y cumplida su misión, ya puede Cristo morir, y abrirme su
corazón para en su pecho vivir. Señor y Dios mío, que por mi amor agonizaste en
la Cruz, y desde su altura de amor y de verdad proclamaste que ya estaba
concluida la obra de la redención, para que el hombre, hijo de ira y perdición,
venga a ser hijo y heredero de Dios; ten piedad de todos los hombres que están
agonizando, y de mí cuando me halle en esos instantes; y por los méritos de tu
preciosísima sangre, haz que en mi entrega a la obra salvadora de Dios en el
mundo, cumpla mi misión sobre la tierra, y al final de mi vida, pueda hacer
realidad en mí el diálogo de esta correspondencia amorosa: Tú no pudiste haber
hecho más por mí; yo, aunque a distancia infinita, tampoco puede haber hecho
más por Ti. Señor pequé, ten piedad y misericordia de mí.
Bibliografia a solicitud.
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