A medida que avanzaba el conocimiento del
misterio del Reino, se percibía con más claridad que Jesús, en definitiva,
estaba hablando de Dios. Bajo esta imagen del reino encontramos
el actuar mismo de Dios (el reinar divino) su soberana actividad liberadora,
Dios mismo totalmente preocupado por la salvación del hombre. Detrás de la
preferencia por los pobres y los pecadores se iba delineando, bajo la imagen del Reino, cada vez con
más claridad el rostro de un Dios que se nos hace encontradizo en nuestro
presente y se introduce en el entramado de nuestra historia.
Jesús respira la gozosa certeza de esta
cercanía.
Se percibía que
Jesús hablaba de Dios a medida que su claridad se expresaba en su actuar y en
su predicar. En su preferencia por los marginados pobres y pecadores se va
develando el rostro de un Dios que se hace encontradizo introducido en la
historiadura humana y que percibimos en nuestro presente.
Hay dos días
que no podemos maniobrar, el ayer y el mañana, así que el Reino de Dios nos
habla del presente continuo en que edificamos nuestra vida.
Siendo un judío nunca pretendió fundar una nueva religión, él como predicador se convertiría en
predicado. No conoció otro Dios que Jahvé, nombre dado a Moisés en el Sinaí
para el pueblo hebreo.
En su intimidad con el Padre nunca se refirió a una relación diferente a
la de su Hijo, vivió una experiencia de Dios de tal profundidad y transparencia
que a través de los siglos la historia religiosa recibió de él una impronta
indeleble.
Más allá de nombrar a Dios como Padre demuestra tal penetración de
comunión que a diferencia de muchas religiones orientales en que se atribuye
con un genérico al Dios supremo, Jesús en su arameo familiar le trata con el
diminutivo “abbá”, vocablo empleado por los niños hacia sus progenitores.
En esa intensa e inmodificable expresión de Jesús para hablar de Dios
o para hablar con Dios, surgiría una
afrenta de irreverencia y blasfemia,
pues jamás la piedad hebraica se atrevería a llamar a Dios con tanta confianza
al decir papito. Esto anularía el rigor del tono solemne que indicaba distancia
entre Dios y el hombre. Sin embargo sus discípulos impresionados asumieron este
apelativo y se apropiaron de esta forma aramaica usada en sus oraciones
cristianas creyendo haber heredado del Maestro el núcleo de su fe en Jahvé.
El mismo los había exhortado como recuerda Lc: 11,2 “Cuando oréis, decid: Padre” (posiblemente, Abbá)
Aunque conocía muchos nombres de Dios que
la tradición le ofrecía: Eheyé Asher Eheyé, Yahvé, El, Betel, Sebao, Adonaí,
Elohim, Olam, Roy, Shalom, Shadai, Elyón, de acuerdo a las
diferentes regiones y épocas, lo nuevo de Jesús es mostraros sólo un Dios no desde las categorías helenísticas, lejano, severo, vengativo y terrible como Zeus o el Dios de los judíos, sino cercano, misericordioso y de amor preocupado por su pueblo.
Lo novedoso es
que lo tomó no de la sinagoga ni de los rabinos del Templo sino de la vida
cotidiana de su aldea familiar, de la boca de los niños que llaman a su
progenitor papá, del que se apropia para expresar lo que pensaba de él y lo que
era para sí mismo, Abbá es el sello tierno y creador del nuevo rostro de Dios
que identifica su mensaje del Reino.
“Conviene
recordar que es a la luz de aquel mensaje como Abbá debe ser interpretado, para no correr el riesgo de
vaciarlo de su densidad histórico-salvífica, reduciéndolo a una fórmula
intimista y sentimental”.
El amor del Abbá es
tierno y creador al mismo tiempo.
En las religiones humanas este rostro de
Dios no es común, para los griegos, la divinidad por su trascendencia, permanece
extraña e indiferente a las vicisitudes humanas o para los judíos sólo se
interesa por las miserias de su pueblo, Israel, como el Dios del pueblo
elegido.
El hombre por natural inclinación tiende a
no dar crédito a un Dios tal y opta por un Dios que sea, ante todo, alguien que
castiga y recompensa, pero Jesús lo presenta como un Dios en quien la ternura es el primer calificativo de la justicia y
el poder, en quien no existe más justicia y poderío que el amor.
¿De
dónde sacó Jesús la certeza de que el Reino está cercano a los hombres y ofrece
inimaginables posibilidades de salvación para los más necesitados?
¿Acaso
no de la excepcional experiencia de Dios que él había vivido como Abbá suyo y de todos?
Es justamente sobre la base de este
descubrimiento personal del amor paterno de Dios como Jesús podrá anunciar en
el mundo la palabra de esperanza del Reino. La buena noticia (evangelio) de la
cercanía de Dios a los pobres, él la adquiere por medio de su originalísima
experiencia. La revelación que Jesús hace del misterio del Reino a los pequeños
está precedida y posibilitada por la revelación que el Abbá le
ha hecho a él.
Detrás de la predicación de Jesús
está la revelación de Dios a aquel que es su Hijo; y se trata, no de un
conocimiento intelectual, sino de una experiencia personal, que podríamos
llamar de familia.
En la palabra Abbá y
en la fórmula Reino de Dios tenemos seguramente el mejor y más
expresivo resumen de la vida de Jesús y su sentido. El primer mensaje de estas
dos palabras es su vinculación e inseparabilidad. El Abbá es
una manera de designar a Dios. El Reino es una manera de ver
la vida humana.
Bibliografía a solicitud
Biblia de Jerusalem
No comments:
Post a Comment