Padre Santino Sacramento Vitola cjm.
Capellán de la Universidad Autónoma del Caribe
En
tiempos del rey Ajab hubo una gran sequía en Israel. La falta de lluvia trajo
el hambre y con el hambre vino todo lo demás. La situación era verdaderamente
dramática, caótica y desesperada. Israel había abandonado a su Dios y se había
arrastrado de manera descarada a los pies del dios Baal. Después de un tiempo,
el profeta Elías fue encargado de anunciar el final de la sequía y el regreso
de las lluvias. Con las lluvias hubo pasto para el ganado, se fue el hambre, el
caos y todo lo demás.
Elías
fue capaz de presagiar el cambio de tiempo antes de que éste llegara. Presintió
la llegada de la lluvia antes de que en el horizonte empezaran a formarse las
nubes. Percibió inequívocamente una serie de signos que señalaban el cambio de
tiempo y de situación. El rey estaba en ayuno, no comía y no bebía pidiendo que
un gesto misericordioso de Dios acabara con la sequía. Hasta él llegó Elías a
anunciarle gozoso la cercanía de la lluvia y de la salvación del pueblo. Este
anuncio habló de la misericordia de un Dios que a pesar de haber sido
traicionado quiso siempre lo mejor para su pueblo. La buena nueva del profeta
señaló la temporalidad de las crisis, del dolor y del sufrimiento.
Hoy
seguimos constatando que nada es eterno en esta historia. Es cierto lo que dice
el dicho acerca de los males que no duran cien años porque no hay cuerpo que
los resistan ni médicos que los asistan. El profeta llegó a anunciar esperanza
a un pueblo sumido por la crisis que se genera por la ausencia del líquido vital.
Inyectó optimismo cuando con toda seguridad los brazos estaban abajo. Motivó a
recuperar la fe y la confianza en Aquél que es Señor de la lluvia, las nubes y
los vientos. Subir, comer y beber indica la predisposición que se necesita para
prepararse y recibir la gracia y la bendición. Después de la sequía es preciso
preparar el corazón para recibir la lluvia. “Ya se oye el rumor de la lluvia…”
significa, en último término, que ya se aproxima la acción de Dios, que se van
a obrar maravillas a favor nuestro, que el tiempo malo será enviado lejos de
nosotros, que del cielo caerán cascadas de bendiciones y gracias, que Dios no
olvida, que perdona a su pueblo y por eso lo renueva y lo salva.
Algunas veces convendría escuchar a quienes nos invitan a escuchar el tenue murmullo del viento que anuncia la llegada de Dios a nuestra vida en vez de prestarles tanta atención a los profetas anunciadores de huracanes y desgracias.
El mundo necesita hombres y mujeres capaces de inyectar optimismo y esperanza en los demás. La sequía no será eterna, la sed será calmada, los árboles pronto podrán crecer y florecer con la inminente llegada de los esperados aguaceros. No estamos condenados a cien años de desierto árido y seco porque si nuestro proceder equivocado nos alejó de la bendición, también es cierto que nuestro compromiso por cambiar, mejorar, renovarnos y convertirnos hará que regresen de nuevo los torrentes que ya están dentro de las nubes oscuras que pronto lloverán sobre nuestras cabezas.
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