Dec 16, 2008

168 - CARTA DE SAN PABLO PARA LOS COLOMBIANOS

P. Luis Guillermo Sarasa G. S.J.

Profesor Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia.

San Pablo no escribió una carta a los colombianos y nunca se imaginó que el panorama eclesial pudiera llegar a ser el que tenemos.
Si lo hubiese conocido no habría escrito una, sino tres o cuatro cartas. Menos podía intuir algo sobre el grado de barbarie de nuestro conflicto o las lamentables condiciones sociales que se viven en esta querida patria nuestra.
Por lo tanto, actualizar no es trasponer los resultados de la primera investigación para literalmente chantárselos a las realidades locales y nacionales, sino creo yo, descubrir los principios que funcionan allá y que como dato del anuncio evangélico, seguimos empeñados en vivir y comunicar.
La siguiente carta es un esbozo de impronta paulina tanto por sus temas como por su lenguaje; pero sobre todo por su lógica interna.
La meditación a la que los invito en este tiempo de Adviento es que, a partir de esta carta actualicemos y asumamos las graves responsabilidades que como cristianos, continuadores de la predicación paulina, tenemos en nuestra Colombia querida y doliente.

Carta de San Pablo a los Colombianos

Hermanos y hermanas:

Yo, Pablo, prisionero de Cristo por causa del evangelio a mis amigos muy amados que están también en cadenas. Paz, gracia y misericordia de parte de Dios nuestro Padre común y de Jesucristo, su hijo amado a quien les he anunciado siempre.
He sido informado por algunos que siguen las huellas de Cristo de todas las vicisitudes por las que han tenido que pasar los que, dejando su hogar, su casa, su tierra, han tenido que refugiarse en otros pueblos por el temor de ser maltratados o privados de la vida como muchos lo han sido. No quiero que ignoren, hermanos, la historia de nuestros padres[1].
Ellos vagaron por el desierto, huyendo de la esclavitud y, al fin encontraron una tierra nueva. Quien los guió fue el Espíritu de Dios, manifestado en signos y prodigios y en hermanos y hermanas que han atendido con amor fraterno a sus necesidades. Con todo, sé que la mayoría de sus hermanos los ignoran y que al comer, cada uno se adelanta a tomar su propia cena; y uno tiene hambre, y otro se embriaga.
Pues qué,
¿No tienen casas en que coman y beban?
¿O menosprecian la iglesia de Dios, y avergüenzan a los que no tienen nada?
¿Qué les diré?
¿Los alabaré?
En esto no los alabo[2]. También he sabido de quienes padecen aun el horror del secuestro sin que por ningún medio haya sido posible su liberación. Sepan que yo, que también he sufrido por causa del anuncio de la palabra y de la verdad y que he sido despojado de mi libertad en diversas ocasiones, ruego al Señor para que les dé fortaleza en estos momentos y no decaigan en su fe ni maldigan a su Dios que en medio de las dificultades siempre nos acompaña.
Acuérdense de Jesucristo, por él estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la palabra de Dios no está encadenada[3].
Los que son libres, dedíquense con empeño en la búsqueda de una solución. No sólo serán llamados hijos de Dios liberadores sino que recibirán su recompensa en esta vida y en la venidera.
En medio de nuestras congojas y tribulaciones[4], hemos sabido también de las enormes dificultades de quienes han quedado sin techo por la inclemencia del clima. Sepan que hay muchos de sus hermanos y hermanas que pueden socorrerlos en tan dura prueba.
De no ser así, vana habrá sido toda nuestra predicación y vano el contenido de nuestro evangelio. Pues el único mandamiento es el amor nacido de corazón limpio, y de buena conciencia, y de fe no fingida, de las cuales cosas desviándose algunos, se apartaron a vana palabrería[5].
En cuanto al deseo que tienen de reconciliarse con todos los hermanos y hermanas, los exhorto a que fundamenten sólidamente tal tarea. La reconciliación fue hecha en Cristo, en quien nos gloriamos. Bendigan a los que los persiguen, no maldigan. Alégrense con los que se alegran; lloren con los que lloran. Tengan un mismo sentir los unos con los otros, sin devolver a nadie mal por mal[6].
Y ni siquiera a quienes los odian, porque dice la escritura: si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; y si tiene sed, dale de beber[7].
No se dejen vencer por el mal; antes bien, venzan al mal con el bien[8], pues la caridad es la ley en su plenitud[9].
Atribulados en todo mas no aplastados; perplejos mas no desesperados; perseguidos mas no abandonados; derribados mas no aniquilados[10].
Así que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza[11]. Y nuestra esperanza respecto de ustedes es firme, pues sabemos que así como son compañeros en las aflicciones, también lo son en la consolación[12].
Todas estas tareas de predicación serán posibles si permanecen unidos en Cristo y si en verdad permanecen fundados y firmes en la fe, y sin moverse de la esperanza del evangelio que han oído, el cual se predica en toda la creación que está debajo del cielo; del cual yo Pablo fui hecho ministro[13].
Que la gracia del Señor Jesús sea con todos ustedes[14].
Bibliografía
Biblia de Jerusalem
[1] 1Co 10,1ss.
[2] 1Co 11,21-22.
[3] 2Tm 2,8-9.
[4] 1Ts 3,7.
[5] 1Tm 1,5-6.
[6] Rm 12,14-15.17.
[7] Rm 12,20.
[8] Rm 12,21.
[9] Rm 13,10.
[10] 2Co 4,8-9.
[11] Rm 5,3-4.
[12] 2Co 1,7.
[13] Col 1,23.
[14] 1Co 16,23.

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