Esas cartas son las culpables de que yo desde hace muchos años me haya enamorado de Jesucristo y por qué no decirlo hasta de ti.
Yo he sido un decidido simpatizante tuyo. Y he leído tanto aquello, que mientras más leo más me sumerjo en tus pensamientos, y he llegado a la conclusión, de que esta iglesia cristiana no tendría una teología, si tú no hubieses escrito estas cartas.
Con todo, hace días vengo preocupado por entender cual era tu verdadera posición con respeto al papel de las mujeres en la iglesia.
Los hechos no mienten, y ahí tú nos dices la verdad de quien eras “Yo soy judío, nací en Tarso de Cilicia, pero me crecí en Jerusalem” Tu maestro era Gamaliel, y confiesas sin ambages “perseguí a muerte a quienes seguían ese nuevo camino”
Eras una amalgama de todas las culturas de la época y quizá por eso ando perdido cuando trato de saber cuál era tu verdadera posición en cuanto a las mujeres de la iglesia.
¿Por qué no me ayudas a desenredar esto?
Cuando leo en Gal:3-28 “Ya no me importa ser, judío o griego, esclavo o libre, hombre o mujer, porque unidos a Cristo, todos ustedes son uno sólo”
Y en 1Cor:11,12 “Aunque en verdad la mujer fue formada del hombre, también es cierto que el hombre nace de la mujer y todo tiene su origen en Dios” te encuentro tan humano, tan ajeno del machismo del pueblo judío; usando términos mundanos, diría que eres un obispo galante con las mujeres.
Pero después me pierdo como metido en la cueva de Rolando.
Y como si eso no fuera suficiente vaciada remachas el clavo “La mujer se salvará si cumple sus deberes como madre”
Pero eso no es todo mi querido Pablo. En 1 Cor:11,4-10 vas mucho más lejos “Si un hombre se cubre la cabeza cuando ora o comunica sus mensajes de parte de Dios, deshonra al que es su cabeza. En cambio cuando una mujer no se cubre la cabeza cuando ora o da sus mensajes de parte de Dios, deshonra al que es su cabeza. El hombre no debe cubrirse la cabeza porque él es imagen de Dios y refleja la gloria de Dios. Pero la mujer refleja la gloria del hombre, pues el hombre no fue sacado de la mujer, sino la mujer del hombre. Precisamente por eso y por causa de los ángeles, la mujer debe llevar sobre su cabeza una señal de autoridad"
Y como si eso fuera poco, les das la final andanada “Esposas estén sujetas a sus esposos como al Señor. Porque el esposo es cabeza de la esposa, como Cristo es cabeza de la iglesia. Y así como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las esposas deben estar sujetas en todo a sus esposos”
Con estas palabras acabaste de consagrar la filosofía anticristiana de la mujer como animal doméstico.
Por eso yo no he conocido alguna mujer que diga, yo soy devota de San Pablo, sólo los hombres te quieren y te admiran, machismo cristiano.
¿Y quiénes eran esos ángeles de que tú hablas en tus cartas?
De otro lado aparece un panorama distinto cuando analizamos otros textos de tu complicada correspondencia y nos quedamos más confundidos.
Desde el comienzo de tu ministerio las mujeres empiezan a aparecer alrededor tuyo. Cuando llegas a Macedonia con Timoteo leemos; “Nos sentamos y hablamos del Evangelio a las mujeres que se habían reunido” Allí estaba Lidia, muy atenta a ti y tú la bautizaste.
Había otra esclava poseída del demonio y tú la liberaste. Cuando tú fuiste a Antípolis y a Apolonia con Silas, “muchas mujeres distinguidas” creyeron"
Más extraño es leer Romanos 16,1-2 “Les recomiendo a nuestra hermana Febe, diaconisa en la iglesia de Cencrea. Recíbanla bien en la iglesia del Señor como deba hacerse con los hermanos en la fe y ayúdenla porque ha ayudado a muchos y a mí mismo” Así es como me hubiera gustado que escribieras siempre. Como también aquello de “saluden a Prisca y Aquila”; “saluden a los hermanos que se reúnen en la casa de Prisca”; “saluden a María que tanto ha trabajado por ustedes”; lo que me hace entender que eran tus misioneras.
Habría sido muy interesante saberlo, pero no va a ser posible nunca, qué era lo que aquellas mujeres hacían por ti; para que te mostraras tan agradecido, no sabemos si te organizaban la clase de catecismo, o preparaban el pan y el vino para la misa, predicaban y visitaban enfermos o si simplemente te lavaban la túnica y te hacían la sopa, y te servían la mesa o si barrían el lugar del culto, es decir, si simplemente eran tus animales domésticos.
Nada está muy claro en tus cartas sobre este particular, sólo que allí estaban ellas muy fieles.
También he sabido que mirabas a la madre de Rufo como a tu madre. Y me enternece tu interés por Julia, Evodia y Sintique. Todo hace pensar que te ayudaron y que no tuviste conflicto con ellas; pero sí fue difícil tu relación con Bernabé, aquel hombre buen mozo como Apolo en Antioquía. No fue de una de ellas de quien te quejaste a Timoteo 2,4-14 “Alejandro el herrero me ha hecho mucho mal” En cambio las mujeres no te hicieron nunca daño.
¿Por qué no las querías?
Pero lo que más me pone a cavilar es aquello que tu dijiste a los corintios en 1Cor:9,5 “también tengo el derecho de llevar una esposa cristiana, como hacen los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Pedro”
¿Qué era lo que tú querías alegar con esto? Ahí es donde yo me pierdo, porque se dice de ti que eras misógino y ni yo ni muchos logramos entenderte.
¿Era todo aquello fruto de tu cultura judía y helénica?
Bien pudo ser y quizá ni que tu mismo entenderías lo que pasaba en tu alma de apóstol de los gentiles.
¿Sería que intentabas complacer a unos y a otros, a fin de lograr a todos para Cristo?
Pero eso no es posible porque tú habías escrito: “Si yo agradara a todos los hombres, no podría ser siervo de Cristo”
La Iglesia en que nosotros vivimos está construida sobre el fundamento de los Apóstoles y está abocada a una sociedad exigente de cambios que parecen muy radicales.
Las mujeres se están tomando el mundo y si vieras que se están tomando la Iglesia.
Llenaban los templos mucho más que los hombres, allí eran barrenderas, hacían floreros, preparaban comidas, lavaban manteles del altar, planchaban sotanas y las más afortunadas vestían santos de palo de los Carvajales de Envigado.
Siempre sumisas eran tu animal doméstico que tú quisiste hacer de ellas, consciente o inconscientemente, pero sólo eso eran.
Pero hoy no es así. Han levantado su voz y hacer valer sus derechos de cristianos de la misma clase que los varones.
La Iglesia Episcopal primero que ninguna otra, ha corrido el riesgo de oírlas, y se lanzó al escandalo de la reivindicación femenina en el cristianismo. No ha sido fácil y los enemigos de esta reivindicación han usado tus palabras como argumento que creen inconmovible, pero que ya está probado que es más endeble de lo que se creía.
La Iglesia de Roma a nivel institucional trata de reafirmarse en su posición que podríamos llamar paulina, pero el viento sopla fuerte y golpea las puertas centenarias de San Pedro.
Me atrevo a creer que si tú volvieras harías cosas sorprendentes y tus cartas no serían el código inmutable de la fe y las costumbres.
¡Oh Pablo!, cómo te quiero yo.
Yo estoy convencido que si tú vinieras ahora con nosotros como en los tiempos de Alejandro el herrero, tus ideas serían muy distintas a las de cuando tú ibas por Antioquía con tu hermano Bernabé.
Pablo, tú eras un poseído del Espíritu, vuelve a tu Iglesia con los vientos de Pentecostés, en donde la mujer alcance su puesto, en una Iglesia renovada para un mundo en cambio.
Ven a vivir en esta Iglesia y este mundo convulsionado que más que de estructuras gastadas y efímeras, están necesitados de vivir como tú, de la dulce locura de la Cruz.
Tu fiel escudero
1 comment:
Una corrección importante. el Obispo Merino, no lo es de la Iglesia Presbiteriana, sino Epíscopal de Comunión Anglicana.
Gracias
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