Dec 18, 2012

232 - ZACARÍAS Y PRIMERA ANUNCIACIÓN

En época de Herodes el Grande, tetrarca de Palestina parecería que Dios se acordase de su pueblo israelita, asido a la inmensa llanura entre el Éufrates y el Nilo, aquella Media Luna Fértil, que a pesar de los romanos, continuaba como una sola alrededor de su Templo, resistente a las idolatrías. El último de los mendigos se creía más ilustrado que los sabios paganos. No todos sus hijos estaban circuncidados en el corazón, como expresaba el profeta Jeremías.
Dos ancianos, Zacarías sacerdote del Templo y su esposa Isabel, por su fidelidad eran amados por Dios aunque no tenían hijos, característica de oprobio en esa raza que esperaba al Mesías.
Era la estación de las lluvias y de los vientos por sobre los sicomoros del valle, los montes de Moab  parecían robarle al firmamento grumos brumosos de fina lluvia.
Entrada la noche, Zacarías debía ofrecer el incienso en el altar de los perfumes, era ocasión especial pues entre 20.000 sacerdotes de las veinticuatro clases de religiosas, sólo podían hacerlo por suerte, una vez en la vida. Al sonar el Magefáh o el Sophar a la vez los cincuenta sacerdotes elegidos corrían a sus sitios correspondientes.
El pueblo entero estaba postrado en el atrio frente al enorme altar de los holocaustos donde las víctimas se consumían muy rápido. Entre este gentío observábanse: rostros de roca caliza, rojos labios granados, sienes ambarinas, caras de ancianos doctores de ojos acortados y duros como los del jaguar, también figuras apacibles y sumisas como Isabel o las virgencitas de los apartados caseríos perdidos en la montaña y algunos pescadores del lago o artesanos silenciosos.
Todo un pueblo con sus siglos de pecados y de virtudes e incoherencias contrastante con sus secretos santos.
Zacarías había penetrado al Santuario o Santo Santorum por la puerta de oro después de haber caminado los quince pasos de las escalinatas, lucía revestido de la túnica de lino, cuyos pliegues recogidos por una faja abigarrada, cubría su cabeza, con sus pies descalzos. A su alrededor contempló los panes de la proposición, el candelabro de los siete brazos de oro (menorah). Dejó un ayudante para retirar las brasas recogidas de sobre la mesa de los sacrificios y le vio caminar hacia atrás después de adorar. Recibió el incienso de otro ayudante, que también se retiró, luego a una señal recibida desde afuera y temblando de respeto, tiró lentamente los granos de incienso sobre los tizones  que ponían rutilante la mesa de oro.
Doblada su espalda ya para adorar antes de salir en medio del aire perfumado por el chisporroteo del brasero, como si el alma del pueblo acabara de conmover a Dios y serle de su agrado, un Ángel se presentó de repente. El anciano Zacarías tembló de pies a cabeza crispando sus nudosos dedos.
El mensajero celestial (mal`ak) le dijo “No temas Zacarías; tu oración ha sido escuchada. Tu esposa Isabel tendrá un hijo y tú le llamarás Juan. Experimentarás alegría y gozo  y muchos se regocijarán  en su venida; pies será grande delante del Señor. No beberá bebidas espiritosas y será lleno de Espíritu Santo antes ya de nacer
Convertirá a muchos de los hijos de Israel. Precederá delante del Señor con el espíritu y la fortaleza de Elías, para retornar los corazones de los padres a los hijos y convertir los incrédulos a la prudencia de los justos y preparar al Señor un pueblo perfectamente dispuesto como dijo el profeta Malaquías  cuatro siglos antes: “el Mesías tendrá un precursor al que se le tomaría por Elías”.
Todo se iría a cumplir en tres promesas escalonadas: un hijo, un profeta y un precursor. No era la primera vez que Dios enviaba un mensajero a su pueblo pues Abraham, Isaac, Jacob, todos los grandes antepasados y los profetas habían sido saludados por Ángeles.
Zacarías después de escuchar con cansada atención, incorporó su enjuta figura “¿En qué conoceré esto? Porque  entrambos somos avanzados en años
El aparecido dijo: "Yo soy Gabriel  el que asiste ante el trono de Dios. Yo he sido enviado a hablarte y anunciarte  estas buenas nuevas. Mas porque no diste fe a mis palabras, las cuales se cumplirán  a su tiempo, he aquí que tú quedarás mudo y no podrás hablar hasta el día en que todo esto se verificará".
El pueblo afuera esperaba a Zacarías, ya que nunca se podía quedar nadie tanto tiempo en el lugar santo. Esta espera  al través de un sueño de siglos hallaba a esta raza con los ojos despiertos. La impaciencia aumentaba por momentos, más cuando Zacarías compareció con el rostro encarnado, deslumbrado como si llevara el sol en sus ojos y rodeado por los demás sacerdotes de turno conforme al rito, él no extendió los brazos ni pronunció sobre el pueblo la hermosa bendición en uso desde los tiempos de Aarón.
Todos los arrebatos de júbilos de los profetas querían venir a sus labios, como a una desembocadura para verterse sobre ese turbado pueblo. Este momento de mudez de Zacarías cancelaba la Antigua Alianza, ante la Nueva Alianza que las palabras del Ángel acababan de inaugurar.
Las trompetas sacerdotales resonaron, por fin con alegres sones. Los levitas entonaron el Salmo del día y la música de numerosos instrumentos subrayaron los cadenciosos versículos.
Todo se cumpliría no precisamente por los hombres pero tampoco sin ellos Días después el misterio de Zacarías habría concluido. Su retorno a la casita de Ain Karim o "fuente del viñedo", en las montañas del sur, el anciano sacerdote aún con la lengua trabada acompañaba a Isabel embarazada y oculta durante cinco meses.
La ciudad Santa, también ella cercada por almenas y filas de sombríos cipreses, se encerraba con su buena nueva, segura ahora de ser un día la verdadera tierra natal de todos los hijos de Dios.
Cuando los hombres están preparados desencadenan una guerra; cuando Dios está dispuesto rubrica la paz.

Bibliografía:
Biblia de Jerusalem
Jose Alzzin: "Jesús de Nazareth"

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