He aquí la noche de la ternura, la más hermosa de las
historias que afectó a toda la humanidad, fue la mayor de todas las noticias
que vino sobre la tierra, como liviana y casi imperceptible aura, de ligera brisa que anunció una noche fresca.
La fecha y la región estaban determinadas desde la
antigüedad por las visiones de los profetas sobre la Medialuna Fértil en ese corredor común a
tres continentes, África, Europa y Asia. Cursaban el año 750 del calendario
romano, se celebraba la 194 Olimpiada de los juegos griegos y era el 42 aniversario
del reinado del Emperador Augusto.
María volvía a atravesar las montañas de Samaría, esta vez
acompañada de su esposo, un varón belemnita y justo descendiente de David, la casa
más importante de Judá. Debían viajar 150 km por caminos desérticos, estepas o senderos
entre algarrobos y grises olivos.
Habrían cruzado la Garganta del Esdrelón sobre el
valle de Yezreel y ascendido las montañas de Samaría y Judea desde donde debieron
divisar el Monte Sión con su ciudad y su Templo.
Eran errantes, los dos habrían circulado por las calles llenas de gente, mientras el viento frío azotaba y ondulaba su manto, varias veces había temblado de escalofríos por el trabajo de pre-parto. Todo el mundo se afanaba por sus negocios, contando sus ingresos o discutiendo la política, no pasaba por sus pensamientos la venida del Mesías esa noche, parecería como un rebaño que no sabe nunca si ha comido bastante.
Eran errantes, los dos habrían circulado por las calles llenas de gente, mientras el viento frío azotaba y ondulaba su manto, varias veces había temblado de escalofríos por el trabajo de pre-parto. Todo el mundo se afanaba por sus negocios, contando sus ingresos o discutiendo la política, no pasaba por sus pensamientos la venida del Mesías esa noche, parecería como un rebaño que no sabe nunca si ha comido bastante.
Cerca de la Puerta sur oriental de la ciudad estaba el khan
o mesón de caravanas donde éstas descansaban y se refugiaban de sus largas
trayectorias.
Quienes se fijaron en dicha pareja, sin alojamiento y sin medios económicos para atender un parto inminente, pudieron pensar que era costumbre tirar al osario las criaturas indeseables, algunos mercaderes las escogían con la ilusión de tener más tarde un esclavo del cual alguien podría servirse o utilizarlo como una borrica o un camello.
Todo había empezado tan prodigiosamente. Ellos veían aproximarse el campo oscurecido y quizá batido por los vientos. Era el único recurso que debiera servir de albergue para que una joven galilea aún sin cumplir los 18 años, tuviera a término su primer parto. Hacía seis meses había nacido en Ain Karim, Juan el hijo de Zacarías y de Isabel.
Bibliografía a solicitud
Quienes se fijaron en dicha pareja, sin alojamiento y sin medios económicos para atender un parto inminente, pudieron pensar que era costumbre tirar al osario las criaturas indeseables, algunos mercaderes las escogían con la ilusión de tener más tarde un esclavo del cual alguien podría servirse o utilizarlo como una borrica o un camello.
Luego de atravesar este sitio se dirigieron a Belén ciudad
natal de Jose con el fin de cumplir un mandato imperial de empadronamiento. Divisarían sobre una planicie en forma de
medialuna, las redondas azoteas, los trepadores viñedos y las blancas casas de
la “ciudad de pan” y al este las
montañas de Moab a manera de murallas azulinas y frías.
Aún consciente de la mirada protectora de Dios sobre ella,
sentía una angustiosa preocupación en el fondo de su corazón, iba a nacer su
hijo en el camino. Salieron por el oriente siguiendo el sendero desértico que rodea una colina.
Sobre una pequeña colina hacia el desierto de Judá en
un abrigo rocoso de boca oscura abrigada entre terebintos y balsameras, utilizado
por los pastores para resguardar a los animales, servía de establo aunque no
metían las ovejas por el miedo a que se les dañara la suavidad de la lana a
menos que fueran a parir corderillos.
Había que escoger algún rinconcito no tan cómodo, sino silencioso
y bastante digno para lo que el cielo iba a realizar. Todo había empezado tan prodigiosamente. Ellos veían aproximarse el campo oscurecido y quizá batido por los vientos. Era el único recurso que debiera servir de albergue para que una joven galilea aún sin cumplir los 18 años, tuviera a término su primer parto. Hacía seis meses había nacido en Ain Karim, Juan el hijo de Zacarías y de Isabel.
En esta escena, la imaginación ingenua de todas las generaciones, ha querido recrear con los paisajes más hermosos de acuerdo a cada época, lo sucedido en dicho lugar.
Sólo en el Evangelio de Lucas se describe que María puso a su Hijo en un prae-sepas o cuna de piedra, para abalar el Misterio de la Encarnación. El pietismo y la consideración con la que se miró esta acción por el siglo IV, hizo evolucionar este artefacto hacia la cunita de pajas o el griffôs con la que nos hemos familiarizado tanto y es por eso que cambiar estas tradiciones folclóricas heredadas de la conquista española a través de los franciscanos, nos parece una herejía.
Debemos leer las instrucciones en la Biblia para montar esta bellísima y tradicional escena.
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