Dec 6, 2007

114 - LA SANTA CUNA


P. Amadeo Pedroza Pedroza c.j.m.

Una de las basílicas más hermosas de Roma es Santa Maria Maggiore o Santa María Mayor, dedicada a la santa Madonna (la madre de Jesús, no esa cantante norteamericana que usurpó el santo nombre).
Debajo del altar mayor de la basílica hay una pequeña cripta en la que se guarda y venera la santa cuna o pesebre en el que María colocó a Jesús después del nacimiento.
No sabemos con seguridad si la reliquia es auténtica, o es un piadoso signo; pero de todos modos los numerosos visitantes que llegan a la basílica se encaminan hacia la santa cuna y la veneran con emoción. La tradición e imaginería del pesebre tienen su origen en el texto de
Is. 1,3: “El buey conoce a su dueño y el burro el establo de su amo; pero Israel no me conoce, mi pueblo no comprende”.
A esta afirmación dolida de Isaías hace eco el evangelio de Juan cuando dice: Jn:1,11 “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron
El pesebre es al mismo tiempo el signo del máximo acercamiento de Dios al hombre, y del desconocimiento de esta donación divina por parte del hombre; el pesebre es un preludio de la cruz: él vino a los suyos, pero ellos o no lo conocieron, o lo crucificaron.
Para nosotros, católicos, el pesebre es el lugar visible en el que se manifiesta el misterio de la Encarnación.
El Hijo de Dios vino al mundo y “puso su morada entre nosotros” (Jn:1, 14); la primera morada del Dios encarnado fue, después del vientre de Maria, el pesebre de Belén; en ese pesebre Jesús vivió los primeros momentos de su vida terrena y experimentó las inclemencias del mundo creado.
Sus primeros acompañantes fueron, después de Maria y José, el buey y el burro (de acuerdo con la imaginería tradicional), los pastores, los pobres.
El Hijo de Dios no nació en un espléndido palacio ni fue colocado en una cuna de oro, como los príncipes, sino en un pesebre. El que era rico “se hizo pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza” (2 Cor. 8, 9).
En el lugar donde estuvo el pesebre, situado en la Basílica de la Natividad (Belén), hay una estrella, y cerca de ella un letrero donde se lee:
AQUI NACIO JESUS.
La estrella de Belén nos recuerda que “la luz resplandece en la oscuridad, y la oscuridad no pudo sofocarla” (Jn:1, 5).
La luz de Dios ha irradiado desde el pesebre de Belén; podemos decir que el “sol de justicia” nació en ese lugar, hizo su recorrido por el mundo, nos iluminó con su presencia y su palabra, tuvo su ocaso en la muerte en cruz y se hundió en el sepulcro.
Pero volvió a brillar con mayor resplandor en la resurrección; en el pesebre se manifestó por primera vez el que es “la luz del mundo”; en la resurrección, como en un nuevo amanecer (muy de mañana según los evangelios), Jesús volvió a brillar y su resplandor ilumina el universo.
Se aproxima una vez más la fiesta de Navidad; ya podemos observar que las vitrinas de los almacenes comienzan a engalanarse con las luces y adornos navideños; desafortunadamente todo esto está motivado por el afán comercial y la sociedad de consumo.
Los que creemos en Jesucristo y celebramos su nacimiento, queremos ver la situación desde otro punto de vista. Nos aproximamos al fin del año litúrgico, y luego vendrá un nuevo Adviento, tiempo de preparación para la venida del Señor.
La liturgia nos invitará a vivir en actitud de espera y de preparación espiritual; veremos las iglesias adornadas con luces y motivos navideños, y veremos los pesebres que representan en forma figurada y artística el misterio que celebramos: el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén.
San Francisco de Asís tuvo la feliz idea de representar en un escenario el nacimiento de Jesús con variedad de paisajes y figuras; así nació el pesebre que conocemos; el primero se encuentra en la basílica de los santos Cosme y Damián, situada en una de las vias de Roma.
Podemos comenzar a preparar el pesebre; comencemos a limpiar las figuras de José y de María, los pastores, las ovejas, los Reyes magos, y todas las demás figuritas que solemos colocar en el escenario de la Navidad; comencemos a idear la forma que le daremos al pesebre este año; sin dañar los árboles y la vegetación (sobre todo después del fatal incendio que consumió los bosques de Bogotá), tratemos de poner un poco de verdor en torno a la cuna de Jesús. Y sobre todo pensemos en la forma en que vamos a iluminar el pesebre.
Todo esto forma parte de nuestras tradiciones y de nuestro folclor.
Pero por encima de todo pensemos en la preparación espiritual, en el pesebre del corazón.
Como María que preparó su vientre bendito y su corazón materno para recibir a Jesús y conservar en él todas sus palabras, preparémonos también nosotros para recibir en el corazón a aquel que vino a buscar y salvar lo que estaba perdido, y a hacernos hijos e hijas de un mismo Padre, el de los cielos.
Sólo así tendrá sentido el hacer el pesebre y celebrar la Navidad.
Alguien ha dicho:
Si Jesús nace en tu corazón, siempre habrá Navidad

1 comment:

Rico y Blanca Orozco said...

Hermoso, poético, formativo e ilustrativo!

El artículo motiva a preparar el corazón para que Jesús lo encuentre limpio y lleno de amor, y sí sería maravilloso que viviéramos cada día una Navidad.

¡Que diferente sería nuestro mundo si dejásemos que esto ocurriera!

Rico y Blanca Orozco.

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