Dec 26, 2007

121 - LOS ORANTES DEL PESEBRE

P. Samuel González Antolínez cjm. Seminario Valmaría.

Yo quiero acercarme al “pesebre” donde está el Niño.
La fe me dice que Él es el Hijo de Dios. Y lo creo.
Junto a la cuna quiero contemplar unos momentos lo que ha pasado allí.
En el silencio de la noche me acerco a María, a José y al pequeño Jesús.
Tan solo quiero mirarlos. Las palabras sobran.
Los tres oran de una manera desconocida para mí.
MARÍA – Sé que María ha orado durante largas horas; ha deseado la llegada de un Rey prometido por muchos siglos en las páginas bíblicas.
Ella sabía que vendría el Salvador de la humanidad...pero ignoraba que Dios se había enamorado de su belleza de mujer limpia de culpa.
María oró su esperanza durante los nueve meses del embarazo, después de aquel día en que se le anunció que sería Madre de un Rey, sin concurso de varón. Misterio...!
El misterio redentor empezó a manifestarse.
Oró en la Noche más clara de la historia. Cuando en la cueva de unos pastores se escuchó el primer villancico: “Gloria arriba en el cielo y paz... en la lejanía del planeta tierra” Lc:2,14
Los pastores generosos fueron los primeros que recibieron la grata noticia: “Os ha nacido un Salvador” Lc:2,11
Poco a poco se irá descorriendo el velo del misterio.
María oró sin palabras, mirando embelesada a su Niño después de un parto recatado y limpio.
Yo tengo que aprender a orar cuando la vida se me venga encima...llena de sorpresas y a mi parecer, falta de lógica.

JOSÉ - Su noviazgo estuvo lleno de incertidumbres, aunque en su “preciosa novia” encontraba todas las cualidades soñadas: nobleza, sinceridad, fidelidad, transparencia, irradiación.
Su amor a María fue tranquilo hasta el día en que supo del embarazo de María.
Entonces sufrió profundamente.
Aquello era inexplicable. Ante ese hecho debía tomar la indeseable decisión: o abandonarla o acusarla.
Pero ni lo uno ni lo otro estaba de acuerdo con sus afectos y sentimientos.
Sufrió lo indecible.
Oró en silencio su desconcierto, su estado de alma.
Pidió al Altísimo discernimiento, prudencia.
Hasta que el ángel se le manifestó en sueños y le sugirió: No temas; recibe a María con total serenidad Mt:1,20. Lo que ella ha concebido es fruto del enamoramiento de Dios; el embarazo es obra del poder de Dios”. Dará a luz un hijo que llevará el expresivo nombre: “Salvación: Jesús” Mt:1,21; Lc:1,31.
José continuó en oración. Se hallaba ante un misterio, difícil de aceptar, siendo él de condición humilde.
Oró sin palabras; pero obedeció la insinuación del cielo.
Él sería el ángel encargado de proteger a la mujer más santa y al Niño que rescataría la humanidad. Empezó a amar a María con el afecto de Dios.
De José no conocemos ninguna palabra.
Yo quiero aprender de José a guardar silencio a pesar de los desconciertos. Quiero que él me enseñe a ser contemplativo silencioso, confiando en quien puede escribir recto sobre líneas torcidas.
JESUS - El Niño recostado en la pesebrera es el perfecto Adorador del Padre Celestial.
El Hijo de su predilección.
Está ahí, temblando de frío o recostado sobre el pecho de la Madre, porque el Amor lo lanzó a esta aventura.
Está ahí cumpliendo los designios de Aquel que todo lo dispone para agraciar a los de buena voluntad.
Está ahí anonadado...hecho en todo semejante a nosotros, menos en lo pecaminoso.
Jesús da gloria a su Padre...
Se ha metido en la historia humana y quiere peregrinar con nosotros y acompañarnos en las alegrías, en los trabajos, en los sufrimientos, en la vida y en la muerte.
Quiere enseñarnos cómo actúa un “hijo de Dios”; quiere proyectar sobre nosotros el rostro del Padre.
Mi oración es alegre cuando es la continuación de la que hizo Jesús.
Porque me hice discípulo de Jesús para vivir lo que Él vivió.
Y nada trae más gozo que el orar por Él, con Él, y en Él.
Oraron ante el pesebre los Ángeles...los pastores y los reyes venidos de tierras lejanas.
Yo quiero también escuchar la invitación que recibieron los pastores y acercarme a la cueva y reconocer al que es Señor de lo creado.
Ellos eran pobres; solo tenían la cueva, pero la cedieron con agrado para celebrar la Navidad.
Dieron lo que ellos tanto necesitaban para protegerse del frío de la noche.
Yo nada tengo para ofrecer al Niño... sino lo que soy y que Él conoce a perfección.
Oraron ante el Niño los Reyes orientales.
Lo reconocieron como Dios, como Rey y como Cordero que sería inmolado.
Incienso, oro y mirra: con estos tres signos reconocieron al recién nacido como Dios, como rey, como víctima del sacrificio definitivo.
Yo reconozco en Jesús a Dios, el que merece la adoración de todos; al Rey Único del universo que gobierna las naciones con leyes estables y al Mártir que desclavado del madero será embalsamado con mirra.
Reconozco en Jesús la Hostia que el Padre aceptará como la única capaz de lavar mis pecados.
"Te invito a que ores sin preocuparte por el tiempo que trascurra ante el pesebre".

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