Dec 24, 2007

119 - DEL PARAISO AL PESEBRE



P. Amadeo Pedroza Pedrosa cjm.

sacerdote eudista desde Mexico

1 Cor. 15, 22 “Así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos tendrán vida” El primer hombre, Adám, (hombre adámico, formado a partir de la adamah) fue creadoGn. 1, 26 “a imagen y semejanza de Dios” y colocado en el paraíso, lugar o mejor situación de paz y felicidad, en armonía con el Creador y con el mundo creado.
Dios le dio una compañera semejante a él, tomada de su propio ser, para que lo complementara y compartiera con él la felicidad.
Este primer proyecto de Dios para el hombre era “muy bueno”: el hombre, sometido a su Creador, debía ser el rey de la creación y señor de todo lo creado; él puso nombre a todos los animales, y asumió, junto con su pareja, el dominio de todos los seres creados. Al principio todo funcionó bien, el hombre y su mujer eran felices, se paseaban desnudos por el paraíso sin sentir vergüenza, disfrutaban la compañía de los animales, y muy pronto comenzaron a procrear hijos como fruto de la bendición divina.
El Salmo 8 describe así este estado de felicidad primigenia: “Señor, qué es el hombre para que te acuerdes de él… Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y esplendor; le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies”.
¿Cabría una mayor felicidad y realización humana?
Pero este proyecto de Dios vino a menos y se arruinó a causa de la desobediencia del hombre. Adán y su mujer, la madre de los vivientes, instigados por el demonio tomaron el fruto prohibido y lo comieron. Quisieron “ser como dioses” conocedores del bien y del mal, y dueños de su propio destino. La armonía original se alteró profundamente, y el hombre se vio sometido a toda clase de males y de contradicciones; su relación con el creador se arruinó, la relación del hombre con su compañera se enturbió, la tierra se volvió hostil, la relación con el mundo creado se vio fuertemente alterada.
Rom. 5, 12 “Por medio de un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado entró la muerte; y así la muerte pasó a todos porque todos pecaron
El hombre, expulsado de paraíso, se convirtió en el “terrenal proscrito” que desde el abismo de su tragedia anhela volver a la casa del Padre y recuperar su esplendor primitivo.
Para recobrar su grandeza el hombre construye torres de babel, levanta enormes rascacielos, y elabora grandes proyectos sobre la tierra para sentirse grande y poderoso, y dueño de su propio destino.
Al mismo tiempo fabrica armas y máquinas de guerra para destruir a sus semejantes, y destruye el mundo creado con sus excesos y sus invenciones.
El hombre, hecho señor de la creación, destruye y contamina la creación. Alguien ha dicho que el hombre es el único animal que destruye su hábitat.
¿Cabrá mayor tragedia?
¿Será que Dios se olvidó del hombre?
No, de ninguna manera. “Cuando por desobediencia perdió tu amistad, tú no lo abandonaste al poder de la muerte, sino que compadecido tendiste la mano a todos para que te encuentre el que te busca” (Cuarta plegaria eucarística).
Desde el principio también Dios ha querido buscar al hombre e inició con él una “historia de salvación”, y se ha propuesto renovar con el hombre la primera alianza.
En el pesebre Dios se ha acercado al hombre, se ha encarnado y ha plantado su tienda en nuestro mundo; ha querido compartir nuestra existencia humana en todo, menos en el pecado.
Se ha hecho como uno de nosotros para restaurar al hombre desde dentro y rehacer en él la imagen perdida.
El Dios de la creación se ha hecho el “Dios con nosotros” y nos ha compartido su propia vida. Juan 3, 16 “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo, para que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna
Con el nacimiento de Jesús en el pesebre de Belén comienza la creación del “hombre nuevo” que responde adecuadamente al primer proyecto de Dios.
1 Cor. 15, 48 “El primer hombre hecho de tierra era de la tierra; el segundo hombre es del cielo” Y San Pablo agrega: así como llevamos la imagen del hombre terrenal, debemos llevar la imagen del celestial.
Por medio de Jesucristo somos recreados y recibimos el don de una nueva vida. Si todavía llevamos la impronta del viejo Adán, ahora por el Hijo encarnado llevamos la impronta del que es la verdadera “imagen de Dios”, el primogénito de la creación.
Lo que perdimos en Adán lo hemos recobrado en una proporción infinitamente mayor por medio de Jesucristo.
El Concilio Vaticano II enseñó que “realmente el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación” (GS, 22).
En el nacimiento de Jesús el hombre se reconcilia con Dios, consigo mismo, y con el mundo creado. El Dios con nosotros restaura la armonía primitiva y se constituye en “mediador” entre Dios y el hombre; los hombres llegan a ser verdaderamente hermanos en aquel que se encarnó por nosotros; el mundo creado es habitado y renovado por el Hijo de Dios. Por eso los ángeles cantan en el pesebre: “Gloria a Dios en el cielo, y paz en la tierra a los hombres que ama el Señor”.
Estamos próximos a celebrar una vez más el gran misterio de la venida de Dios al mundo; los aires y las campanas de la Navidad ya resuenan por todas partes. Es un buen momento para recordar que solo en Cristo encontramos el verdadero sentido de nuestra existencia y el camino de nuestra felicidad. “Nadie va al Padre sino por mí”. Solo por medio de Cristo los seres humanos podemos reconocernos como hermanos y vivir en paz fraterna y universal; solo con su inspiración y sabiduría podemos cuidar bien nuestro mundo y evitar la catástrofe climática y ecológica que nos amenaza.
San León Magno nos exhorta así en una de sus homilías: “Despierta, hombre; por ti Dios se hizo hombre”. Ya es hora de despertar, de abrir nuestros ojos al mundo nuevo iniciado por Jesucristo, y comenzar a trabajar juntos en la implantación de un mundo más justo y más humano que todos anhelamos.

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