San Juan en Jn:13,2-16 es el único de los evangelistas que nos narra esta acción realizada por Jesús en la última cena.
Tiene un relieve y una significación particular dado el momento definitivo en que ella acontece y está vinculada con la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús.
1- Se levanta de la mesa,
El es el que invita y sirve.
Al despojarse de su manto, signo de la cualidad de la persona, y al tomar una toalla asume la calidad de siervo (1 Samuel 25, 41).
El mismo, sin pedir ayuda, hace los actos por sí mismo: él echa el agua en el recipiente, él lava los pies de los discípulos, él mismo los seca con la toalla. Está asumiendo la condición de siervo y está dando una enseñanza a sus discípulos.
¿Simón fue el primero en recibir esa acción de Jesús o fue el último?
¿Lavó los pies de Judas sabiendo que él lo entregaría?
Son preguntas que nos hacemos y que tienen su importancia.
Llega a Simón Pedro y éste le dice: ¿Me lavas tú, Señor, los pies?
Jesús le dijo: Lo que hago no lo entiendes ahora, lo entenderás más tarde. Pedro se resiste y sólo luego de la palabra del Señor que le dice que si no se deja lavar los pies no tendrá nada que ver con él, Pedro acepta pidiendo además ser lavado íntegramente.
¿Por qué resiste Pedro?
A primera vista imaginamos que porque siente que Jesús, en quien él descubre al Hijo de Dios y al Mesías prometido, no tiene por qué lavarle los pies siendo ése un oficio de siervo y de esclavo. Prefiere hacerlo él con su Señor. Pero allí hay una enseñanza más profunda.
Pedro no acepta la misión redentora de Jesús, que él quiere hacer como servicio de Dios al hombre. También a nosotros nos puede parecer desconcertante.
Pero al actuar así Pedro más bien pretende salvar a Jesús y no que Jesús lo salve a él. Lo dirá más adelante cuando dirá a Jesús: Daré mi vida por ti (13, 37), cuando es Jesús el que va a dar su vida de Hijo de Dios por Pedro, hombre pecador.
Después de haberles lavado los pies
7- se puso el manto y volvió a la mesa (13, 12).
Vestir de nuevo con el manto es señal de que recupera su cualidad propia. Ese pequeño indicio nos deja pensar en que su muerte, servicio salvador, será seguido de la resurrección, entrada gloriosa al mundo del Padre Dios.
Pero no dice que se desató la toalla que se había atado a la cintura.
¿Simple olvido del narrador?
¿O enseñanza del evangelista para nosotros?
A ejemplo de Cristo la vida cristiana es un servicio para el hombre, servicio que no tiene término. Cristo crucificado es para siempre el salvador, y el cristiano, siguiendo a su maestro, será toda la vida servidor del hombre. Estará siempre con la toalla ceñida a la cintura.
¿Comprenden lo que acabo de hacer?... Les he dado ejemplo para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes… (13, 12b-15).
Celebramos en la Semana Santa el misterio de la salvación del hombre por la muerte y resurrección de Jesús. Es Dios que se pone al servicio del hombre y ese misterio debe ser entendido como la entrega que Jesús hace de su vida para que el hombre viva.
Al hacerse hombre, el Hijo de Dios ha querido correr todos los riesgos y llevar la realidad de su encarnación hasta las últimas consecuencias.
La vida cristiana tendrá por tanto la misma significación.
El Señor, en el evangelio nos ha dicho muchas veces, que así como él no vino a ser servido sino a servir así también el cristiano es un servidor de la humanidad.
Y el máximo servicio que podemos hacer al hombre es abrirle el espacio de la experiencia de Dios, servicio que puede implicar, como para muchos ha sido, el dar la vida por los hermanos.
Un sacerdote colombiano, su nombre era Carlos Alberto, viajó al África a anunciar el evangelio y a luchar por el desarrollo de ese continente.
Murió todavía joven, víctima de una enfermedad tropical.
La víspera de su muerte escribió un poema breve, de inmensa y conmovedora belleza. Es éste:
¡Noche de luna en el desierto Samburu!
Las ILAKIR DE ENKAI,
en lengua Samburu, las estrellas que son los ojos de Dios,
se han escondido.
¡Bienvenida la Hermana Muerte!
La fiebre me sube intesamente.
No hay posibilidad de ir hasta el hospital de Wamba…
Como de costumbre nuestro Toyota está dañado.
Siento una intensidad grande, alegre, ante la muerte.
He vivido apasionadamente el amor por la humanidad
y por el proyecto de Jesús.
Muero plenamente feliz…
Cometí errores, hice sufrir personas…
¡Espero su perdón!
Qué bueno morir como los más pobres y marginados,
sin posibilidad de llegar al hospital…
Que bueno que nadie siga muriendo así.
¡Ojalá ustedes se comprometan a esto!
¡Un abrazo intenso de amor para todos y para todas!
Febrero 28 de 1996.
Es el servicio redentor de Cristo que sigue haciéndose presente a lo largo de la historia en sus discípulos comprometidos.
Es el permanente Lavatorio de los pies.
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